El problema de Yolanda Díaz es que después de Yolanda no se sabrá qué será de ella y de su espacio político. O, para ser precisos, qué estructura quedará como legado. La gallega no tiene partido: no hay implementación territorial más allá de la constelación de siglas y, desde luego, lo que era IU. No hay nada más. Bueno, sí, queda Unidas Podemos que, a lo suyo, busca cargarse a la vicepresidenta, que caiga Sumar y ocupar toda la izquierda a la izquierda del PSOE; mientras, eso sí, agita la Tercera República aunque eso suponga antes un Ejecutivo con Vox dentro. Unidas Podemos, en modo guerrilla, no se reconoce ya ni en IU ni en Sumar.
Así las cosas, una buena ministra de Trabajo y Economía Social para los intereses de la clase trabajadora, que naturalmente ha encontrado el respaldo de los sindicatos de clase, y con estos ha habido interlocución permanente, no dispone (en cambio) de organización al uso.
Y en esas recae una nueva crisis de corruptelas (supuestas), machismo y el eco del puterío sobre el PSOE, y Díaz reclama una remodelación del Gobierno que Pedro Sánchez rechaza. ¿Y ahora? Pues queda en medio de la nada Díaz porque al PSOE ya le importa poco Sumar. Y eso que sumar fue un artificio para cargarse a las huestes de Pablo Iglesias. Una operación ‘monclovita’ en la que Díaz no tenía que haber participado pues, a fin de cuentas, Iglesias la señaló como sucesora en un mensaje grabado. Aquello salió mal, sobrevinieron los vetos y en 2026 veremos cómo prosigue la guerra sin cuartel entre Unidas Podemos y Sumar.
Volver a tener una ministra de Trabajo tan en sintonía con los intereses de la clase trabajadora, llevará mucho tiempo. La gallega se centra en lo gubernamental y no repara en que no deja un partido como Dios manda. Nada de movimientos ni sopas de siglas posmodernas que solo se sustentan mientras hay cargos que repartir y después se deshacen a la primera.
Este es el drama hoy de la izquierda. Al ‘sanchismo’ ya no le interesa Yolanda. Y no hay una IU al estilo de la época de Julio Anguita. Irene Montero e Ione Belarra están sujetas al provecho inmediato de liquidar a la gallega, y si eso implica echarse al monte, pues se echan mientras entonan el espejismo de la revolución. Yolanda, con el órdago a Sánchez, se lanzó sin paracaídas. Sánchez está atrincherado y lo menos que le inquieta es el futuro que le aguarda a sus socios. Yolanda debería saberlo.










