Madrid, 1975. Marta y Javier hacen el amor en el piso del centro de la capital mientras España aguarda el desenlace de la agonía de Francisco Franco en el hospital. El tan barruntado por la oposición hecho biológico, eufemismo durante décadas para referirse a la muerte del dictador, que se susurraba durante el régimen, está a punto de suceder aunque nadie acabe de creérselo. Pero aquella tarde Marta y Javier están a lo suyo. En realidad, el apartamento es de los padres de Marta, que se lo dejan a la hija universitaria para lo que quieran porque ellos tienen su chalé a las afueras de Madrid. Sobre la mesa hay libros sobre el materialismo histórico, la lucha de clases, la plusvalía… Y en aquel Madrid de noviembre donde ya asoma el frío, Marta y Javier debajo de las sábanas se besuquean sin atender a las últimas horas de Franco ni el anhelo de los republicanos derrotados en el 39 que anidan en el exilio, tanto en la España interior como fuera de las fronteras. La pareja hace su particular batalla del Jarama en el sofá a la vez que Franco expira lentamente.
Madrid, 1975. Iván hace meses que entró a trabajar de fresador en la fábrica, que está en el extrarradio de Madrid. En casa necesitan el sueldo y el hijo no remoloneó en ponerse el mono azul para entregarle el jornal a la madre. Iván es tímido con las chicas y prefiere las tardes del domingo matarlas en el cine. El otro día un compañero de la cadena de montaje le comentó a Iván, mientras nadie miraba, que hacía falta, de una vez, tener un convenio colectivo. Que por qué no se animaba y se sumaba a las comisiones obreras que se estaban formando en el polígono industrial y que se reunían mañana a la salida. Que un día de estos iban a tener incluso una asamblea clandestina en la que participaría Marcelino Camacho. Pero que no dijese nada a nadie, que la semana pasada le dieron una paliza a un compañero por repartir octavillas por la huelga que montaron en el sector de la construcción.
Madrid, 1975. En la cafetería de la facultad de Derecho de la Ciudad Universitaria un grupo de amigos hacen que remiran los apuntes porque dicen que habrá examen parcial de Derecho Mercantil. En verdad, lo hacen a medias pues también se comenta que en cualquier instante lo aplazan por el fallecimiento de Franco. Enseguida llega el revoloteo sonoro del exterior, y entran a bocajarro a refugiarse decenas de estudiantes perseguidos por los grises y sus porras. Los camareros se observan asustados sin saber qué hacer y los cafés en las mesas se desparraman sobre las hojas de las anotaciones hechas en clase.
Madrid, 1975. Manuel anda tonteando con Elena desde que comenzó el curso. A él poco le importa ella, mas le cubre el vacío y (piensa) mejor tener pareja que no tenerla. A Manuel le puede la soledad. Y a Elena, engañada, le traiciona el entusiasmo. Manuel se metió hace unos meses en el PCE. Está deseando acabar la carrera de ingeniero para irse a una buena empresa en la que el padre tiene a un contacto que le debe algunos favores. A fin de cuentas, en el Ministerio han sabido cómo repartir las obras y construcciones entre la gente afín, y las multinacionales hace mucho que gozan del favor al igual que los ‘camisas viejas’ tras el 39. Así que, en breve, el padre hablará por Manuel y favor por favor se pagan mutuamente. Dicen que Manuel y Elena acabaron por casarse, tener hipoteca y un adosado a veinte minutos en coche del centro. Luego, se divorciaron. A comienzos de los noventa Manuel se fue con los socialistas, pues la agenda de gerente le permitió codearse, y lo nombraron director general en un ministerio de los de Felipe González.










