La tarde del viernes se convocó por la unidad de las izquierdas una reunión en el salón sindical de la avenida Primero de Mayo de Las Palmas de Gran Canaria. Aunque se hace camino al andar, sobró entusiasmo y faltó requerimiento formal a las organizaciones, motivo para una segunda cita. Los partidos, con sus luces y sus sombras, siguen siendo indispensables para hacer política. Las formaciones ya no son las de antaño que se presentaban como espacios de socialización y de masas y, por el contrario, priman las cúpulas, la profesionalización y la jerarquía vertical sin apenas contrapesos internos.
Y ese es el gran hándicap que hoy por hoy tiene que encarar el pretendido discurso por la unidad de las izquierdas. Poner en marcha un frente popular requiere de una generosidad mutua de enormes proporciones. A fin de cuentas, más temprano que tarde esa voluntad coral precisa de una plasmación electoral (una marca) y eso, al hacer las listas, conllevaría sacrificios personales. Esas listas implican cuotas y, por consiguiente, se quedarán dirigentes y responsables públicos fuera. Así de claro. No los líderes, mas sí los segundos. Y eso duele. No se antoja nada sencillo.
Esta es la razón de mayor peso que desalienta la unidad. Más, incluso, que la peleíta entre Unidas Podemos y Sumar. O la de Unidas Podemos con respecto a ERC. Unidas Podemos se ha echado al monte y eso que hace una década amenazó al sistema político del 78. No ha digerido la caída. Y Sumar cometió errores y practicó vetos.
Entre esos fallos de Sumar, está no haber hecho un partido clásico al uso. Siempre indispensable. Aunque fuese como IU, o algo similar a ese mismo. Hizo una coalición electoral y, por ende, antes o después llegan los problemas orgánicos. Por eso la unidad en el presente no puede tornarse en una mera coalición electoral para conformar planchas a las instituciones (ayuntamientos, cabildos, parlamentos…).
En el País Vasco tienen a EH Bildu. En Galicia al BNG. Son polos atrayentes ya organizados y con fuerte implementación que atraen al resto. En Madrid persisten las rencillas y divisiones. En cambio, el clamor social a favor de la unidad de las izquierdas es rotundo e irá a más. Esta demanda por la unidad es recíproca al temor al auge de la extrema derecha.
Pero combatir democráticamente a Vox, lo que significa, lo que comportará para el sistema del 78, precisa de herramientas nuevas que difícilmente podrán ofrecer los partidos al uso que contienen inercias institucionales e individuales de décadas. Esta es la espiral controvertida en la que chocan de plano la ciudadanía progresista y los partidos ubicados en la izquierda. Y el tiempo apremia.










