En este mundo alocado en el que el materialismo acomodaticio se contagia, el turbocapitalismo domina al sujeto y se silencia la crítica, aún aflora la esperanza solidaria y globalizada con motivo de Palestina. Si no conmueve un genocidio, ¿qué lo haría? No quedaría nada de nada. Van más de 60.000 asesinados, y el umbral que abrace a estos efectos ya es igual, pues los genocidios no tienen cifras ni magnitudes altas que los diferencie. El genocidio es un canto a la humanidad que remueve las conciencias, se supone, ante los poderosos que siguen vigentes con reglas del ego y poderío de imperios y multinacionales. En realidad, esto que digo no es algo nuevo sino la tónica de siempre.
Si Lenin criticaba el imperialismo como una forma más refinada y actual (por entonces) del capitalismo, siempre en expansión, en 2025 se suceden las diferentes clases del capitalismo que (algún día) será superpuesto por otra cosa que hoy desconocemos. Si este mismo capitalismo, en formatos previos, sustituyó al Antiguo Régimen, lo suyo es que ocurra otro tanto dentro de unas décadas o siglos con respecto al capitalismo. El valor de la Historia, de entenderla, va pareja con la madurez; a medida que pasa la vida, tu vida, entiendes mejor el alcance de la Historia y las enseñanzas que desprende. La Historia es también interiorizar que antes te precedieron otros y que después terceros harán lo propio y, por ende, eres insignificante; ¡revolucionariamente insignificante! A más Historia, menos eres y, eso sí, más libres vives lo que tengas que vivir.
Palestina es el siglo XX y el actual. Si la Alemania nazi perpetró un genocidio contra el pueblo israelí, igual hace ahora Benjamín Netanyahu con respecto a la franja de Gaza; que por su territorio viene a ser como la isla de La Gomera. Nos tiene a todos pendientes. Tanto a los que nos preocupa como a los que lo ningunean y, por tanto, hacen un esfuerzo por fingir que la cosa no va con ellos. También los habrá que no le despierta ninguna sensibilidad. Diabólica es, a veces, la existencia.
Esta esperanza colectiva que se despliega por las ciudades y con las banderas de Palestina en los balcones es, al tiempo, asumir que no sabemos hacia dónde vamos como sociedad; que los parámetros del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial, ya no nos asisten. Demasiada incertidumbre para las otrora sociedades europeas de neveras y coches comprados a plazos y vacaciones lejanas en playas oníricas. Demasiado caos para que podamos seguir anestesiados.