Primera Plana

El Blog de Rafael Álvarez Gil

Después de 2008

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La Gran Recesión de 2008 marcará el siglo XXI como el crac de 1929 lo hizo con el siglo XX. Una crisis de naturaleza estructural que marca un antes y un después. Nada de un trance pasajero. La revolución digital hoy marca el paso a una velocidad vertiginosa que cuesta asumir, pausar, con la comitiva de las redes sociales como marchamo distintivo; así como el Mayo francés finiquitó la resaca de posguerra, con los hijos (que no habían vivido adultos la Segunda Guerra Mundial) zarandeando a sus padres. Una revuelta de clases medias, la sesentayochista, con cierto carácter ocioso.

Si el siglo XX fue el capitalismo industrial en todo su apogeo, comenzamos un siglo XXI en el que la revolución digital está en pañales, dicho esto en 2025. Y eso es mucho decir porque implica que el grado de incertidumbre es enorme. Por eso asoman con facilidad los discursos autoritarios de carácter posdemocrático. Si al otro lado del Atlántico tenemos a la Administración Trump, ¿qué podemos esperar en el Viejo Continente?

No hay que ser marxista para asumir que la desigualad es el eje conflictivo que nutre la sociedad. La desigualdad se hereda. El poder también. No hay poder sin desigualdad, por escaso que sea el margen entre poderosos y mandados. Todo poder precisa de un grado de desigualdad. Sin embargo, cuando la desigualdad social se desboca surgen las recetas totalitarias, como aconteció en la Europa de entreguerras con motivo del nazismo, el fascismo y el estalinismo.

También hay poder y, por tanto, desigualdad en la alcoba; casi siempre, siendo sufridora la mujer tanto del poder material histórico del marido como el que este gozaba a modo de privilegio estructural fomentado por la sociedad; llámese machismo, denomínese patriarcado. De nada vale la libertad si es tan solo formal, y no material. El querer debe ir acompañado del poder; esto lo ha padecido enormemente la mujer en su contra, antojado en sometimiento y frustración. Las clases medias también han tenido, aunque no lo parezca, que combatir los sinsabores aunque sean derivados del patriarcado. La socialdemocracia fue por mucho tiempo de hombres, de un hombre proveedor erigido en el cabeza de familia. El periodo de esplendor del capitalismo industrial tuvo su lado oscuro, amargo.

En 2025 concurre la lucha de clases, por muy digital que sea, por muy globalizadora si acaso suponga. De hecho, el capitalismo financiero globalizado es una manera de intentar escapar de la lucha de clases, hasta el presente enmarcado en el Estado nación. El neoliberalismo ha atomizado a la sociedad, ha impedido la colectivización de los otrora deseos corales de la clase trabajadora. El triunfo del neoliberalismo es a la par el retroceso de la socialdemocracia. El nihilismo, el dinero entronado como falso Dios y la sociedad de consumo son anestesia vital para las demandas colectivas. Y así entramos en el siglo XXI. Si no se reconoce al otro, no hay democracia y, por ende, pacto social. Es más, la Gran Recesión de 2008 desmanteló del todo el pacto entre capital y trabajo heredado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Angela Merkel y la crisis social en Grecia (dos caras de la misma moneda) fueron testigos del tránsito de un mundo a otro, a peor en este sentido; menos europeo, menos social. El triunfo de la revolución neoliberal aboca al envalentonamiento del ego. Y ahora el ego insuflado de miedo demanda posautoritarismo frente a una democracia resquebrajada, cuando menos seriamente cuestionada en sus cimientos representativos.