A más sectarismo, menos pluralismo democrático. La coctelera de desinformación, espacios aislados que se retroalimentan en las redes sociales y auge de los populismos amén del descontento globalizado, inaugura una era en la que muchos se atrincheran en sus posicionamientos políticos (que pasan a ser prejuicios) para no debatir, no aceptar argumentos del contrario y encastillarse en ser presumida verdad de antemano. Solo así se llega, por ejemplo, al paroxismo del asalto institucional que estimuló el ‘trumpismo’ contra el Capitolio en enero de 2021. Donald Trump no encajó la derrota y enardeció las calles.
La extrema derecha para triunfar precisa de sectarismo. Es alimento de Vox. El neofascismo es intolerante y bascula en esa premisa para que sus acólitos sean inmunes a los razonamientos que han construido las corrientes ideológicas principales en los últimos siglos a la par que el Estado de Derecho. Bien mirado, es una cuestión operativa: no hay dictadura real o potencial que se sostenga si no va acompasada de sectarismo o, al menos, silencio a la crítica. El problema se complica cuando anida el riesgo en las democracias, tal como hoy sucede al compás de la extrema derecha en Europa y Vox.
Al neofascista se le reconoce porque él decide quién tiene derecho o no a una asistencia social o a poseer la presunta verdad. Claro, si no hay pluralismo democrático, si no hay debate, si no hay riesgo a perder en la conversación, florece la ultraderecha. Aconteció en la Europa del periodo de entreguerras y vuelve, de otra manera, semejante fantasma.
El colmo sobreviene cuando, ya en la política institucional, los hay que dicen que no son de izquierdas ni de derechas. Estos son, realmente, de derechas. Pero no una derecha constitucionalizada y democrática (lo que podemos entender por conservadores, liberales y democratacristianos) sino disfrazada en la banalidad o, directamente, abonada a la ultraderecha. Cuando está en cuestionamiento la misma Unión Europea por aquellos que reclaman un retorno al pasado del Estado nación completo que repele el europeísmo y las descentralizaciones territoriales respectivas, es el caso de Vox, ¿qué queda entonces? Imperialismo falso y clasismo trufado de afán defensor de los intereses del gran capital. Son los mismos ‘camisas viejas’ falangistas del 36 mas asomando digitalmente para imponer su doctrina. Ante esto, en vez de aunar esfuerzos las izquierdas para defenderse, brotan los purismos particulares que lo enredan todo. De ahí, la dependencia del actual Gobierno a las apetencias de Junts porque, en ocasiones, y aunque los números no dan ‘per se’ sin Carles Puigdemont, Unidas Podemos da la espalda a PSOE y Sumar por sus cuitas y pugnas camino de la irrelevancia. Como verán, el sectarismo también se da en el otro lado ideológico y exige neutralizarlo.