En Perpiñán (Francia) Junts decidirá qué hacer con el PSOE. Carles Puigdemont esboza que está cansado, siempre lo estuvo, todo es teatralizado pues su lucha se desvanece en los últimos años. Hoy el PSC gobierna Cataluña y, encima, aparece un partido político catalán de extrema derecha que le roba votos a Junts. Tan atrapado está Puigdemont electoralmente que, quizá, solo pueda jugar la baza de romper el Gobierno de coalición en Madrid. Aunque tampoco cambiaría nada su situación en cuanto que para retornar (que tendrá que hacerlo algún día) no lo querrá nunca Vox. Y si el PP, jugando a posibilista, se lo promete, para esa operación necesita el concurso del PSOE. El PP no tiene el peso suficiente para darle el ‘pasaporte’ de vuelta a Puigdemont. Y hoy está demostrado que no hay, ni habrá, alianza mínima tácita entre socialistas y populares.
Tampoco Pedro Sánchez está en la situación de hace unos años. Al contrario, gobierna como buenamente puede en la medida que no hay bloque de derechas que pueda tumbarlo. Solo lo podría hacer Junts, pero esta formación, a su vez, no tiene nada que hacer con Vox en La Moncloa antes o después.
Puigdemont sabe perfectamente que Alberto Núñez Feijóo no querrá gobernar con Vox, pero hoy por hoy no le queda otra, encuestas en ristre. Y si el PP otea un acuerdo con nacionalistas vascos y catalanes, siempre y cuando Feijóo lograse más de 150 escaños, cuestión que está por ver, le haría ya el gallego la campaña a Santiago Abascal: Vox nunca acordará nada con los del ‘procés’. Vamos, que el laberinto en el que está instalada la política española afecta a todos, nadie se salva. Ni siquiera Puigdemont que en 2023 decantaba la balanza en el Congreso de los Diputados, mas en 2025 (que ya acaba) se ha diluido. Que cayese el Ejecutivo de PSOE y Sumar no le arreglaría el problema al líder de Junts. Por mucho que el PP le prometa entre bambalinas, Vox se opondrá.
En fin, que no estamos en los años noventa. Que el bipartidismo no responde a la mayoría sociológica de antaño. Y esa es la carta que la ultraderecha juega para contaminarlo todo. Si no hay clases medias, si reina el descontento social, especialmente entre los jóvenes, el electorado se aleja del bipartidismo dinástico y sistémico. Y las otrora reglas de estabilidad, en las que cabía entenderse con los nacionalismos periféricos, han decaído para dar paso al frentismo. Vox es tan influyente en contra del PP, como supone un revulsivo para las izquierdas; con independencia de qué haga el PSOE.










