Primera Plana

El Blog de Rafael Álvarez Gil

Los padres de la Transición

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Dicen que hacemos nuestras vidas con el padre o contra el padre. Será una derivada de la máxima freudiana de matar al padre. La figura paterna, hasta no hace mucho, y quizá siga latente, irradiaba autoridad. Y machismo, mucho machismo. El patriarcado persiste y, por tanto, el machismo también. Es más, el machismo necesita de la autoridad pues entonces no hay patriarcado. Las cosas no serán como lo eran hace cuarenta años, pongamos por caso, y puede ser así; mas el conflicto continúa. Tener un padre guardia civil, comandante para más inri, y en el norte peninsular, en Euskadi en los ‘años de plomo’ de ETA, sin olvidar los GAL, tenía que ser un condicionante sustancial. Este elemento, junto a otros, está en la narración de la película ‘El pico’ (1983), dirigida por Eloy de la Iglesia. Este director nos mostró con su cine otra España, diferente a la oficial, tanto en la Transición como en la década de los ochenta. Ponía su mirada en la periferia, en los marginados, en la conflictividad social del barrio, en las drogas, en los excluidos… Y era irreverente o, al menos, no se frenaba para asaltar la visión imperante de la época.

A lo mejor, si nos detenemos en los detalles de la actualidad, como Eloy de la Iglesia lo hacía entonces, podamos entender mejor las problemáticas que atañen al país. Estamos tan sometidos al periodismo y a la versión comercial de la información y de la cultura, que puede que nos falten claves complementarias (más sociales, más de andar por casa) que nos permitirían afrontar mejor el tablero político.

Sin cultura, la sociedad está empantanada. E, incluso, involuciona. Si no hay crítica, si no concurre la lucidez de la inteligencia que pone en entredicho los marcos normativos y de poder, ¿cómo se desatascan los nudos de la sociedad que nos conciernen? En esto tenían mucho que decir los intelectuales y los artistas; haciendo una labor con su talento que, ‘per se’, no podían hacer los políticos. Es más, hoy menos aún pueden realizarla los dirigentes de los diferentes partidos porque el debate público se ha encorsetado y, de lejos, se ha empobrecido.

No solo aflora la polarización y la inquina sino que los instrumentos, argumentos y la reflexión han venido a menos y, por tanto, el Parlamento y el Gobierno, los partidos en su conjunto, cada vez tienen más difícil encarar aquello que nos azuza. Por ejemplo, en la lucha contra la dictadura franquista todos estos parámetros estaban claros, clarísimos, los roles a desempeñar muy bien fijados. Por el contrario, en el presente la distorsión es más que importante y resta saber quién y cómo aportará lucidez colectiva.