Primera Plana

El Blog de Rafael Álvarez Gil

La muerte que te invoca

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Vivimos, o nos hacen vivir, de espaldas a la muerte. A nadie le gusta hablar de la muerte. No es tema para una sobremesa o para sacar a relucir a media mañana en la barra de la cafetería, con el cortado y las miradas cómplices de los parroquianos. Sin embargo, la muerte atraviesa (aun sin saberlo) toda nuestra vida cotidiana, de principio a fin, de cabo a rabo de nuestra existencia. El valor de la muerte, en cambio, por dolorosa que acontezca o el desgarro que nos provoque, está ya de antemano, se nos presenta previamente (sin ser conscientes) en su significado rutinario, que es el nuestro. Es decir, a medida que asumes la muerte y su transcendencia, la aparente insignificancia nuestra, el valor del alma, más valor le otorgas a la vida. La muerte es revulsivo anticipado de la manera de vivir, aunque tanto nos cueste reconocerlo y convivir con ello.

En la obra de Miguel Delibes titulada ‘Cinco horas con Mario’, numerosas veces teatralizada en la figura de Lola Herrera, la muerte (y el duelo) sirve como pretexto catalizador tanto individual como colectivo. Vayamos por partes.

Individual, porque la mujer se desahoga ante el difunto (su difunto) a modo penitente para transformase en sí misma. ¿Acaso Mario fue perfecto? ¿Acaso Mario nunca se equivocaría? En realidad, la finura de Delibes radica en las contradicciones soterradas que despliega y brinda al lector. Dicho en plata, por un lado la mujer (fiel a la época) arrastra la culpa del pecado, de haberle fallado. Y guarda incipiente duelo en un acto contrito propio de un cristianismo cicatero basado en la regla disciplinaria que anula la inmensidad de la persona (con todos sus tropiezos, con todos sus anhelos, tornándose tan frágiles); no reivindica un cristianismo del amor redentor que enaltece el perdón como salvación de uno y de los demás. Estando Mario de cuerpo presente, ella no sabe cómo manejar el vacío sobrevenido y marcha del marido pues le ahoga espiritualmente, la comprime; cuando, en verdad, y aunque ella no lo sepa, con su papel que va transfigurándose a lo largo del texto, también se está empoderando frente al presunto error. Los prejuicios que laten en la esposa la zarandean y desconoce que todavía tiene pendiente combinar amor y perdón, perdón y amor, como vía de conexión con la vida y Dios en todo su esplendor. De hecho, la esperanza (en todos sus órdenes) es manifestación íntima del amor.

Colectivo, porque unido a lo anterior, la atmósfera asfixiante que sobrevuela en ‘Cinco horas con Mario’ es la del régimen franquista, y justo en una provincia de la España profunda. Ese nacionalcatolicismo que impregnó todo, que comprimió a esa España cuartelera que supuso la dictadura. De este modo, Delibes genera una crítica sociológica al tiempo que ensalza el drama que atañe a la viva y al difunto. Por eso la muerte espolea la lectura desde la primera página, tanto en los personajes como en lo colectivo. La muerte es, a fin de cuentas, elemento diferenciador que asoma siempre pero que solo se distingue desde la mirada madura sabedora del reposo del alma. Qué malo debe ser morirse, sin alcanzar antes (en vida) a saberlo.