Sociológicamente España es de centroizquierda. El PP solo vence con mayoría absoluta cuando hay una desactivación de la participación electoral de la izquierda. Ocurrió en el año 2000 cuando José María Aznar logró mayoría absoluta a lomos de la burbuja inmobiliaria que empezaba y la economía tirando como una locomotora. Entonces la izquierda se quedó en casa. En 2011 el desencanto cundió también en la izquierda a raíz del ‘austericidio’ que tomó su primera ronda de recortes con José Luis Rodríguez Zapatero en mayo de 2010; aquella jornada en la que ZP se deshizo en el Congreso de los Diputados anunciando medidas antisociales. Solo con esta antesala descrita, el PP es vencedor de verdad. Si lo es a medias, tiene que recurrir a los nacionalismos periféricos.
Es aquí donde hay ahora que incluir la pieza de Carles Puigdemont en el análisis. Junts rompe el diálogo con el PSOE que, lógicamente, supone un severo revés, mas mirado a medio plazo pone sobre el tapete las problemáticas estructurales de la política en España. Entiéndase, principalmente, Cataluña y su encaje territorial. Y este melón es tan doloroso (o más incluso) para el PP que para el PSOE. Dicho de otra forma, si la izquierda se moviliza, que lo hará ante la amenaza del neofascismo de Vox, el PP tendrá que recurrir a la extrema derecha para gobernar. Alberto Núñez Feijóo no tendrá un 2000 o 2011 de mayoría absoluta; por eso las encuestas dicen lo que dicen: el PP está lejos de los 176 escaños de la mayoría absoluta.
Así las cosas, si el PP se ve tentado de apoyarse (si es que puede con la calculadora en la mano) en catalanes y vascos, enseguida saltará Vox para comerle terreno al PP por su derecha mesetaria. Dicho en plata, el sudoku hoy de Pedro Sánchez lo sería mañana igualmente de Feijóo. Y eso es por Cataluña, eterno problema irresuelto y cardinal tanto en la Segunda República como en la actual Segunda Restauración borbónica de la Constitución del 78.
El peligro no es que Cataluña se independice. El ‘procés’ ha venido a menos (gracias a Sánchez y su necesidad de depender de los catalanes) pero el riesgo de ingobernabilidad de España persiste desde que el bipartidismo se resquebrajó y ya no es lo que era. Sin Cataluña, operando con normalidad, España es ingobernable en un sistema democrático consolidado. Cataluña, en cuanto reto pendiente y estructural, es esencial para que cunda la descomposición de la Segunda Restauración borbónica. Y de eso, lo sepa o no, se vale Puigdemont.










